Y llegó la guerra, y saldamos la primera de sus batallas. Un combate a muerte entre pobres sin almas, sedientos de gloria, algunos, mientras otros el sobrevivir ya era toda una hazaña.
Todo parecía un vil juego macabra, creado por los sanguinarios señores, para así excusar su estamento nobiliario. El terreno estaba lleno de trampas maléficas y sanguinarias, poco nobles en una batalla, pero que sin duda fue el gozo de perversos envenenados, que no dudaban en vanagloriarse de tanta cazurrería engendrada.
Aún no sé cuántos han caído entre charcos de sangre y gritos desgarradores, de quienes sé que no volveré a ver jamás. Todo ha sido una encerrona maquinada de la que tendrán que responder ante los nuevos monarcas.
No sé si podré volver a combatir en otra batalla. Mi herida ha sido grande, pero me mantengo con el orgullo más canalla, de quienes sobreviven a sus verdugos, para verlos convertidos en reos, antes de que llegue el alba.
Sé que me andan buscando, por todo lo que sé, he visto y vivido. Sé que no habrá noches en que pueda dormir descansando, porque no habrá más noches que puedan descansar conmigo.
Saben bien que me salvaron, me llevaron consigo, unos profanos olvidados y escondidos, rebeldes sin castas, pero grandes guerreros impíos.
Ya oigo los perros ladrando, corriendo entre malezas y ríos, buscando mi sangre que calla, a todo el que habla conmigo.
Ya arden hogueras en plazas, ansiosas por verme vendido, las llamas que andan buscando, almas de hombres redimidos.
Y esas pobres cortesanas, ya andan buscando el camino, señalando con dedo alocado, señalando su triste destino.
No sé si habrá un mañana mejor del que ahora vivo, pero sé que daré guerra a todos esos depravados señoríos, que teniendo a su gente en venta, hacen guerras sin sentido.
Espero que algún día, en los siglos venideros, puedan ser más libres los que ahora son plebeyos.
El plebeyo de la bahía
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