Son tiempos de oscurantismo los que ahora  acontecen...                       
                      
                      
 Oigo  venir los caballos, ya suenan los añafiles presagiando la batalla. Vendrá la  guerra tan anunciada, las Guerras Opositorias, contra el estigma y los  canallas.                       
                      
 Se paran todos ante  mí, acompañando al pregonero, que agotado y con mal gesto, anuncia lo que ya se  esperaba:                       
                      
 - "Para poder seguir trabajando en las tierras del señor, deben ir a  la guerra y demostrar así su valía, con gallardía y con honor."                       
                      
 Una batalla  anunciada para el undécimo mes del año del señor, a la que tendré que ir sin  caballo, ni escudo, ni armas, puesto que no las merezco por mi condición. Un  infame plebeyo y sin casta, pero no me falta razón.                       
                      
 Después de tantos  años, y ahora obligado a demostrar mi valía. Y es que pretenden deshacerse de  unos cuantos como yo, y aprovecharnos para hacer bulto en medio de una batalla.  Presumir del gran número de combatientes y alegrar así al Conde-Duque de San  Telmo, que al fin y al cabo es el que más manda.                       
                      
 Lo que luego  ocurra allí, será lo de menos. Importará el número de combatientes, no las  bajas.                       
                      
 A los que  sobrevivan, les prometen tantas ganancias como para comprar una posición en la  nobleza, y pertenecer así, a su noble y deseado Estamento estamentado.                       
                      
 Como si yo  quisiera pertenecer a esa estirpe de vasallos y lameculos, que se pasan el día  presumiendo de su "heráldica razón" para no contar las horas. Porque  para ello, ya tienen a sus siervos y escuderos, que adiestran entre los nuevos  que llegan a sus tierras, tímidos e ingenuos, huyendo desesperados del "Parum generis" y de las "Terras Privatas".                       
                      
 Para seguir  viviendo en estas tierras, solo tienes esa alternativa. Luchar, y volver con  suficientes ganancias, como para poder salir del barro y la miseria. Luego,  será cuestión de sobrevivir entre tanto licencioso y fanfarrón acreditado.                       
                      
 Me dan pena estos  viles bellacos, que antes eran como yo, simples plebeyos desarmados, y ahora se  creen importantes con su reluciente escudo nobiliario. Regalo del Duque de  SanAlzar, y con la honrosa bendición de los Cardenales y Obispos del santo  "Clero Ofuscado". Quienes portan en sus hábitos un extraño escudo  aterrador, cuyas letras son: CCOO, y que a todos hacen arrodillar para que  besen el pedrusco de sus anillos.                       
                      
 Aun lo recuerdo como si fuera ayer. Fueron tiempos difíciles, donde todos  se mordían como salvajes, entre los puercos en el estiércol. Todo por conseguir  uno de los trescientos Títulos Nobiliarios que se iban a otorgar.                       
                      
 Pero muchos  otros, como yo, sabíamos que ya tenían nombre de antemano, ya estaban  asignados. Solo que estos pobres desalmados no lo sabían, y los Señores tenían  ganas de ver como se arrastraban y se mordían en las porquerizas, para saciar  así su sed de sangría.                       
                      
 Conozco más de  una posadera, que perdió sus vergüenzas por salir de la miseria. Ahora las veo  por ahí, tan orgullosas y altaneras por su nueva vida social, cortesanas sin  decencia. 
                      
 Tan serviles a su  amo, que no dudan en vender hasta su propia alma por vivir en Palacio.                       
                      
 Todo fue  Decretado en el acto, firmado y sellado en la denominada "Adicionali Secundorum".                       
                      
 Provocando el  descontento de muchos hidalgos, que en su día lucharon en las más gloriosas batallas,  para obtener así su privilegiada condición. Y no fue menos el enfado de tantos,  que como yo, nos vimos vilipendiados por ese fraudulento Tratado, que nos puede  desterrar a todos y dejarnos condenados.                       
                      
 Quizás pueda  sobrevivir y volver del fragor de la batalla. O quizás vuelva para ser quemado  en la hoguera más pagana.                       
                      
 Espero que algún día, en los siglos  venideros, puedan ser más libres los que ahora son plebeyos.                       
                      
El plebeyo de la  bahía                      
                      
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